ENTRE LA EDUCACIÓN, LA POLÍTICA Y EL PODER
POR: MARISELA VILCHIS LINARES
INTRODUCCIÓN
En la actualidad el “sistema
educativo” es tema de los medios de comunicación, de comisiones nacionales, en
la política, en la vida cotidiana y demás esferas sociales. Se alaba su
“excelencia”, o al menos la posibilidad y la búsqueda de la misma. Pero no por
ello hay que desistir de continuar con algunas preguntas críticas sobre lo que
hacen las escuelas. ¿Cuál es la relación entre la educación y la sociedad de la
abundancia?, ¿quién planifica en último término cómo se organizan la mayoría de
las líneas en los colegios, los planes de estudios y las enseñanzas prácticas?
Preguntas fáciles de hacer y escribir, pero difíciles de responder.
En México crece cada vez más
la brecha entre clases sociales, donde cada vez más hay más pobres mientras la
riqueza es repartida entre una minoría; estos datos no disminuyen, crecen
inexorablemente dada la política económica, social, militar, sanitaria y
educativa de la actual administración. La economía se presenta como “doblemente
vertical”, donde las cifras de los extremos crecen; la economía supuestamente
“recuperada” da muestra de ello. La
recuperación ha dejado fuera a millones de personas, esto ha derivado en que
muchas de aquellas personas han tenido que aceptar salarios y condiciones de
trabajo que son considerablemente menos seguros que antes.
Por otro lado, el contexto
educativo nacional tiene sus particularidades propias. Aunque ciertamente no es
muy original, más bien siempre está en función de lo que implementan las
sociedades más avanzadas, al menos económicamente. Históricamente se sabe que
el sistema educativo responde a ideologías y a “modas” intelectuales de otros
países, en especial los europeos y los norteamericanos. En este sentido se
puede decir entonces que cada sociedad
tiene sus listas de conocimientos, de habilidades y actitudes que propone -o
mejor: impone- a sus miembros. Distintas teorías de cada sociedad… Explican el
uso de determinadas técnicas. La confección de las diversas listas de
conocimientos de habilidades y actitudes que están en función del sistema
(Fullat, 1983: 80).
En todo caso, en México se
ha hecho una mezcla de lo externo y lo interno, porque ni se trasladan
totalmente los modelos ni se instaura un modelo propio. Por un lado, el
objetivo oficial de la educación es “moralizar”, formar o instruir a la
población en una ideología de poder y, por otro se viven las contradicciones en
las aulas cotidianamente. Las escuelas mexicanas también son lugares de
producción y reproducción. En los espacios educativos propios también se
entienden desde las tres dimensiones de la raza, el sexo y la clase.
DESARROLLO
No solo hay que educar; es necesario además,
educar honestamente… (Fullat 1983: 81)
Es
necesario un acto de “reposicionamiento”, se propone una “lectura” social de la
vida y las instituciones de un modo distinto al que hacía una distribución por
grupos de dominación en la sociedad. En lugar de ver la sociedad como
relativamente pluralista, actuando aún para el bien común, hay que interrogarse
sobre nuestras instituciones culturales, económicas y políticas como relaciones
personificadas de dominación y subordinación. Estas relaciones existen en
términos de clase, raza y sexo pero no están predecretadas. El poder debe
colaborar para que las desigualdades ahora bruscas, a fuerza de construirse y
reconstruirse, lleguen a parecer legítimas. Esta acción de leer nuestra
formación social de manera diferenciada es un acto creativo. Necesitamos optar
por aquellas personas que están relegadas a discriminadas cultural, política o
económicamente, o que están perdiendo lo que habían logrado después de años de
lucha. En suma, desde la posición política de los oprimidos.
El
acto de lectura puede ser creativo, pero no fácil. Lo que estamos viviendo no
es solamente una imposición de los grupos dominantes de raza y sexo, sino
también el resultado contradictorio de conflictos culturales, políticos y
económicos muy reales, en el interior y el exterior de nuestro sistema educativo.
Por otro lado, está la influencia creciente de las grandes empresas en los
colegios de todos los niveles. Estamos siendo testigos de una ofensiva
comercial, en la que nuestro sistema educativo está siendo engullido por la
órbita ideológica de las compañías y sus necesidades. “Lo que es bueno para los
negocios es bueno para el país y sus gentes” puede no ser una buena política
educativa, pero se está convirtiendo en el lema fiel de lo que está sucediendo.
Por lo tanto, una de las funciones de nuestro sistema educativo es la
producción de conocimientos técnico-administrativos que están acumulando
últimamente los grupos dominantes y utilizándolos para el control económico,
político y cultural.
En
algunos espacios se pugna por una privatización de tantas instituciones
públicas como sea posible, creyendo que la “mano invisible” del mercado
regulará cualquier cosa que se precise y lo conseguirá para el bien común. Esto
no solamente es ingenuo políticamente, es también una ética social peligrosa,
ya que sustituye la ganancia privada (oculta bajo la retórica de la
“democracia” y la “elección personal”) por el bien público. Pero democracia significa más que una
elección en la práctica consumista.
Cada
vez está más claro que la discusión del proceso laboral de la enseñanza
necesita extenderse de muchas formas. Un complejo proceso de destrucción y
reconstrucción está comenzando, un proceso en el que una parte considerable del
profesorado está perdiendo el control de las partes más importantes del plan de
estudios y la pedagogía, cuando las ideologías y los modos mercantilistas
penetran en el corazón de muchas aulas. Es en la escuela básica donde los
maestros son más proclives a experimentar la “degradación del trabajo”. Es
posible que no se comprenda del todo por qué en la escuela básica los
profesores están sujetos a un mayor control y a una enorme intervención por
parte del Estado en los planes de estudio, a menos que se retroceda y se haga
una pregunta concreta: ¿quién está haciendo la enseñanza? Hasta ahora y desde
hace mucho, la enseñanza básica históricamente se ha tomado como trabajo “de
mujeres”. Es decisivo, por lo tanto, que se reconozca que la educación se
construye sobre la base no solamente de la dinámica de clases, sino también
sobre dinámicas de raza y sexo.
De
hecho, muchos de los intentos cotidianos de las legislaciones de Estado, de los
departamentos de Estado para la educación, y “los proyectos educativos” de
racionalizar y estandarizar el proceso y los frutos de la enseñanza, de ordenar
los contenidos realmente específicos así como los objetivos, de definir toda la
enseñanza como una colección de “competencias” medibles, etc., están
relacionadas con una larga historia de intentos de control sobre el trabajo de
las profesoras y trabajadoras en general.
El
desarrollo ignora lo que no es ni calculable ni mensurable, es decir, la vida,
el sufrimiento, la alegría y el amor; y su única medida de satisfacción esta en
el crecimiento de la producción, de la productividad, de la renta montería.
Concebido únicamente en términos cuantitativos, ignora las cualidades: las de
la existencia, las de la solidaridad, las del medio ambiente, la calidad de
vida, las riquezas humanas no calculables y no acuñables; ignora el don, la
magnanimidad, el honor, la conciencia (Morin, 2007: 69).
Demasiadas
personas, incluyendo muchas de izquierdas, han ignorado la importancia de la
educación como factor esencial para otra actividad política, y también han
ignorado lo que las luchas en torno al contenido, la forma y los objetivos de
la educación han hecho y pueden hacer. Para ellos, las escuelas solamente son
instrumentos de dominación. Pero no se puede aceptar esa opinión sin más; puede
haber y hay cosas por hacer en educación.
Una
mejor educación es posible. Las teorías mecanicistas de
reproducción postulan que las escuelas son los lugares donde se reproducen las
ideologías del poder sin más. Sin embargo, la acción cotidiana en las escuelas
revela otra realidad. La práctica en las escuelas no es pasiva. Es cierto que
existen ciertas “determinaciones” en la realidad pero no se trata solamente de
reducir los aspectos de estructura y contenido explícito de los currículums y
velado de las escuelas para dirigir la expresión de las necesidades económicas.
Aun cuando la educación “sirva” para apoyar el actual modo de producción, las
razones están muy mediatizadas y “encubren” algo más que una simple
funcionalidad. En gran parte se debe a que no se puede ver la cultura y la
política como reflejos pasivos de los intereses de las clases dominantes.
Hacerlo es no ser dialécticos, así como ignorar el significado fundamental y
las dinámicas del patriarcado.
Es claro que hay implicaciones entre las esferas
cultural, política y económica, donde esta última es la más poderosa. También
hay condiciones materiales e ideológicas que garantizan la permanencia de
nuestra estructura social. Al mismo tiempo, la naturaleza relativamente
autónoma de estas esferas, las contradicciones en su interior y entre ellas y
sus complejas interrelaciones se pierden de vista si no se desafían las teorías
deterministas de análisis actual de la educación. Igualmente importante es que
si se ignoran las contradicciones, reducimos ficticiamente las áreas eficaces
de acción política y educativa.
Por otro lado, si se ve la cultura y la política como
lugares propicios para la lucha, el trabajo antihegemónico se convierte en
fundamental. Si la forma y contenidos estructurales, y el Estado, al igual que
la economía, son intrínsecamente contradictorios, y si tales contradicciones
las viven tanto profesores como alumnos en la escuela, el alcance de las
posibles acciones crece considerablemente.
Ahora bien, no consideramos que los propósitos del ser
humano reciban su fundamento ontológico y su fundamento moral…En otras
palabras, nuestra concepción de finalidad excluye la de “causalidad final” que
ontológicamente se diluye en una causalidad eficiente supramundana (Yurén,
2008: 22).
Es preciso un tipo concreto de análisis sobre las
categorías reduccionistas y economicistas que han demostrado a largo plazo ser
dañinas para la tradición marxista y que, al mismo tiempo, interrogue a la
escuela sobre las raíces de la dominación y de la explotación. Es un camino
arduo; incluye criticar una tradición y a la vez hacer uso de ella. Una de las
mayores debilidades conceptuales y políticas de muchas teorías de la
reproducción es que parece haber poco lugar para esa capacidad de resistencia
de alumnos y profesores en las escuelas. Por eso, aunque hay que entender que
las escuelas ayudan a reproducir las relaciones de sexo y las relaciones
sociales de reproducción, también han reproducido históricamente formas
concretas de resistencia. Y estos aspectos no se limitan a las discusiones de
las escuelas sino que incluyen al centro de trábalo, la familia, etc.
Es innegable que hay correspondencias entre las
características “internas” de las escuelas y las instituciones “externas”.
Sería sumamente raro que no existieran. Pero, estas correspondencias, cuando se
encuentran, no son el resultado de un principio guía que funciona de afuera a
adentro de forma mecanicista. Más bien, se construyen por las interacciones
internas de los actores de la cultura vivida, actores que luchan, contestan y
actúan de forma que puedan contradecir la correspondencia “precisa”. Debido a
esto y a las necesidades propias del Estado en su intento de apoyar el proceso
de acumulación de capital y de legitimar el proceso y legitimarse, se puede
concebir a la escuela como un lugar de producción y reproducción. Pero no
solamente de producción y reproducción de agentes, conocimiento e ideologías,
sino de tendencias contradictorias, cada una de las cuales puede tener un
significativo impacto sobre la otra. Por esto, la acción se puede hacer en
varios terrenos: en las escuelas y universidades, incluyendo los currículums,
la democratización del conocimiento técnico, utilizando y politizando la
cultura que viven los estudiantes y profesores, etc.; y fuera de la escuela,
incluyendo prácticas educativas en sindicatos obreros progresistas, grupos
feministas y políticos, etc.; y en la acción política para construir un
movimiento democrático y socialista de masas.
Acciones
posibles y necesarias ¿Se
puede hacer algo ahora? Porque seguramente, si la educación es un mero reflejo
de la economía y de las exigencias ideológicas de la burguesía y de la nueva
pequeña burguesía, entonces en la economía es donde hay que situar todas las
fichas, por decirlo así. Tal análisis de la educación revela que ésta es tanto
un proceso como un conjunto de instituciones. Aun en el caso de que las luchas
económicas fueran la única respuesta a las condiciones de la cultura vivida, no
se puede ignorar la educación. Porque incluso si, por ejemplo, las luchas sobre
nuestro modo de producción, en el lugar de trabajo y en el área de la
producción fueran la mejor respuesta, esto no reduciría la importancia de la
escuela. La escuela “es” un centro de trabajo. El Estado utiliza millones de
personas, muchas de ellas mujeres, cuyas condiciones diarias y su posición en
la sociedad se ven transformadas por la crisis a la que nos enfrentamos.
No se trata de elegir entre ambas cosas; el “trabajo
educativo” debe hacerse en el centro de trabajo, el “trabajo económico” debe
hacerse en la educación. Las estructuras de dominación y explotación de clase,
raza y sexo no están lejos, en general, de un lugar llamado la economía. Se
viven en las prácticas cotidianas, en la conversación familiar diaria, en la
escuela, y en los empleos que las crean. Uno empieza a ese nivel, pero
construir significados y prácticas alternativas en nuestras instituciones
cotidianas no se hace solo, debe originarse, conectarse con el trabajo de otros
individuos y grupos progresistas. Solamente entonces se podrá establecer una
diferencia a nivel estructural. Parte de este nivel estructural se define por
un proceso de mercantilización, por las contradictorias interrelaciones entre
conocimiento como bien y la estructura económica. Este conjunto de relaciones
es reproductivo y puede exacerbar las tensiones.
El conocimiento técnico define nuestros conceptos del
mismo y de la competencia. Aunque esta tendencia esté más avanzada en EUA que
en cualquier otro lugar, su incorporación en los países industriales avanzados
es destacada. Esto tiene importantes implicaciones a nivel ideológico y
cultural dondequiera que, cada vez más, la “esfera pública”, se reduce a
expresiones de valoras, reglas, procedimientos y asuntos técnicos. En el
aspecto económico, los usos que se le dan a este conocimiento en nuestra
economía son parte de grandes procesos de acumulación y legitimación, al tiempo
que también forman parte de modelos cambiantes de relaciones de clase. Que esta
dinámica haya permanecido relativamente desideologizada es uno de los mayores
fallos en los análisis previos de las escuelas.
El sistema educativo está parcialmente organizado de modo
que, en último término, proporciona un espacio mejor para la producción de
conocimiento técnico-administrativo a través de sus agentes, programas de
investigación y compromisos. Claro que esto no es “obligado” en el sistema
educativo, pero es debido en gran medida a las “funciones” contradictorias en
las que están comprometidas dichas instituciones. Este conocimiento se renueva
y acumula como una forma de capital cultural a través de los poderosos
intereses económicos y del Estado.
En las sociedades
desiguales, las fuerzas dominantes son las que no quieren modificar las
relaciones sociales (Yurén, 2008: 38). Las técnicas de control y las relaciones
sociales generadas, se utilizan en general en los centros de trabajo en toda la
sociedad, en información y control humanos, en comunicaciones, en la familia y
en la cultura. Se media, se resiste, y a veces se transforma; se desarrollan
nuevas formas, algo más sofisticadas y “humanas” en el proceso.
El verdadero uso de este conocimiento genera una
creciente legitimidad, y se refuerza de este modo su extensión a instituciones
del Estado como la escuela. Esta condición se apoya en el ritmo acelerado,
debido a la crisis de acumulación y legitimación global. Al tiempo que se
extiende a la sociedad como un conjunto de técnicas y una ideología de la
responsabilidad y el control, este capital cultural se cobija en la nueva
pequeña burguesía, en la que hay empleados burócratas de grado medio,
ingenieros, técnicos, supervisores, directivos y profesionales de las
industrias, el sector servicios y el Estado. La forma que adopta el capital
cultural y su uso provoca el empleo continuo y el avance de la nueva pequeña
burguesía y su control último por parte del capital. De todas formas, cuando
por fin llega a la escuela, es mediatizado de nuevo por profesores y alumnos,
que lo transforman, y estos alumnos son los hijos de aquellos verdaderos
trabajadores y empleados que se han enfrentado históricamente con el conocimiento
técnico-administrativo en sus lugares de trabajo. Este proceso de resistencia,
mediación y transformación provoca nuevas formas de conocimiento técnico que
hay que utilizar al igual que en fábricas y oficinas. Y está tan separado de
las raíces de estas formas de control y relaciones sociales transformadas que
el nuevo conocimiento técnico-administrativo y las nuevas ideologías son
producidas, en último término, en y mediante el sistema educativo.
Esta producción “no” siempre es “funcional” para el
capital, es decir, puede no ser compatible con la lógica capitalista. La
producción y el uso del conocimiento técnico-administrativo es a la vez
reproductivo y no reproductivo. La sociedad no es un “sistema de
autorreproduccion”; es una estructura contradictoria e inestable de “relaciones
multidimensionales asimétricas”.
Es un hecho que el capital siempre intentará dominar el
trabajo controlando directamente el proceso productivo en todos los sectores
económicos e, indirectamente, controlando más al Estado y manteniendo
relativamente alto el nivel de desempleo. Los servicios sociales se reducirán
sustancialmente porque “son demasiado costosos”. Esto llevará consigo una
reducción de los puestos de trabajo estables, de donde procede la mayoría de
los servicios sociales. Los trabajadores de la clase obrera clásica, y de la
que ha sido llama la “nueva clase obrera”, como los trabajadores del sector
servicios, serán presionados para racionalizar, dividir y redividir sus
empleos, con el fin de aumentar la “productividad” y la “eficacia”. Además de
esto, muchos de ellos se verán obligados a aceptar salarios reales inferiores y
peores condiciones de trabajo. Esto será aún más cruel con negros, mestizos y
trabajadoras en el sector competitivo.
Estas presiones generarán tensiones en la esfera política
y en un nivel cultural, que pueden ser poderosas. En su búsqueda de eficacia,
la autoridad experta, la racionalización y el aumento de la disciplina, pueden
minar la esencia de la democracia. Extender la esencia de la democracia a las
esferas económica y cultural, más allá de los mecanismos culturales de la
política, como votar, no le conviene al capital. El capitalismo y la democracia
pueden entrar en conflicto cada vez más. Esto quiere decir que la defensa de la
democracia y su extensión a importantes aspectos de la vida es importante,
sustancial y estratégicamente. Puede ayudar a unificar a la población en torno
a un tema fundamental en cualquier lugar. Y esto puede originar en la esfera política la división de la clase trabajadora
en fracciones de clase cuyo origen está en las condiciones productivas de la
sociedad.
A lo que se aspira es a una práctica basada en el control
de las decisiones de la producción, distribución y consumo por parte de la
mayoría de los trabajadores, una práctica que no se limita a la esfera política
sino a las relaciones económicas y, excepcionalmente, a las relaciones de sexo.
Parece utópico pero no lo es. Los intentos permanentes de grupos de profesores
para dirigir acciones contra las relaciones patriarcales, contra el racismo y
la intromisión de las técnicas e intereses ideológicos de derechas, contra las
decisiones sobre servicios sociales antidemocráticos, hacia la construcción de
alternativas a los métodos y contenidos actuales que se pueden elaborar, y por
un movimiento en pro de la relación con otros grupos, refleja la sensibilidad
de muchos educadores hacia estas iniciativas en su vida cotidiana. Es muy
significativo apoyar estas iniciativas como algo contrario a las tendencias
educativas.
Así entonces la educación tiene la finalidad tal como la
entendemos no es un “telos”, que, como causa, da forma o determina al ser
humano. Tampoco es dirección o “impulso vital” que deviene de un todo perfecto.
Para trazarse fines, la persona no se determina ni por una causa externa, ni
por un todo supramaterial, pero tampoco lo está por la naturaleza material
(Yurén, 2008: 24).
Sin embargo, no basta con la crítica del funcionamiento
de nuestro sistema. Hay que acompañarla de propuestas concretas para un modelo
social alternativo, que se podría llamar “socialista”. Estas propuestas no se
pueden pedir a otros países, porque deben adaptarse a las condiciones actuales
de cada pueblo y contrariar los intereses del capital, sin esto no se puede
esperar seriamente un cambio estructural progresista. Las alternativas ya se están construyendo, las luchas a diversos
niveles lo demuestran. Estas luchas tienen que comunicarse. Los sindicalistas,
los profesores universitarios y otras personas, desempeñan un importante papel
en este aspecto; como señaló Gramsci, es preciso crear un grupo de
“intelectuales” que formen parte de las “clases subordinadas”.
CONCLUSIONES
Se trata entonces de pedagogía política, de educación
adecuada; una labor educativa en el más amplio sentido del término. Podemos
ayudar a que el trabajo recupere sus tradiciones parcialmente perdidas.
Mientras partes importantes de estas tradiciones se practican en las actuales
formas culturales de oficinas, almacenes, fábricas y minas, la historia de la
gente que luchó, las visiones de una sociedad más equitativa y las exigencias y
luchas deben hacerse visibles y justificarse una vez más.
Un primer paso fundamental es la educación interna de los miembros de sindicatos,
colectivos feministas, grupos de educación “popular”, etc., sobre los problemas
del control colectivo creciente, la democracia cultural, política y económica
y, sobre todo, las alternativas para la existencia de formas de organización
política y económica. Los argumentos feministas sobre cómo debería organizarse
y comprometerse en la actividad antihegemónica pueden enseñarnos mucho, al
igual que los movimientos populares y ecologistas de multitud de lugares. Este
trabajo no solamente hay que hacerlo a nivel de la acción política o educativa.
La educación es necesaria en otras áreas. Las historias reales de las prácticas
educativas socialistas y de oposición están aún por describir. Las previsoras
discusiones y análisis sobre los principios de los modelos socialistas de
currículum y enseñanza deben desarrollarse para reducir la división entre
concepción y ejecución y trabajo intelectual y manual.
Por otro lado, no se puede esperar a que el Estado abra
sus puertas para desarrollar sus principios socialistas. Esto exige que se
comunique lo que se está haciendo entre todos tanto de modo formal como
informal. Aunque solamente se comunique con otros educadores es suficiente. Los
padres y la juventud de la clase obrera, los grupos organizados de
trabajadores, etc., estarían implicados en la articulación y la crítica de las
propuestas. En el proceso, los educadores pueden educar a estos grupos, al
tiempo que ellos se educan.
Es fundamental un desarrollo de programas alternativos
claros, estas alternativas deben basarse en la fuerza democrática ya existente.
Sin programas claros que puedan suministrar al menos soluciones parciales a los
problemas locales y nacionales, la mayoría de las personas aceptarán la visión
dominante, que es intrínsecamente antidemocrática y antiigualitaria. Estos
programas deben ser sensibles no solamente a los militantes, sino a las
personas trabajadoras con familias y empleo. Dichos programas deben especificar
la transición. Si se tiene el agente, entonces es posible la transformación. Se
podrá conseguir cuando seamos menos reduccionistas y mecanicistas. De todas
formas, lógica y políticamente, estos cambios traen consigo la práctica. Las
realidades cultural y socioeconómica solamente pueden modificarse si se toma
esta práctica en serio.
En
México, las escuelas, tal vez hoy más que nunca, son también lugares de
producción y reproducción de conocimiento técnico-administrativo. La idea de
trabajar por “competencias” y “proyectos” es muestra clara de esto. Claramente
lo que se busca es “mano de obra especializada y barata”, que no piense, no
critique y que, por encima de todo, obedezca. Hace algunos meses se vivió un
hecho curioso en las instituciones de educación básica: se les pidió (bajo
mandato oficial) a los maestros que tuvieran alumnos cuya edad correspondiera a
un nivel superior se les promoviera inmediatamente al nivel correspondiente;
tiempo atrás se había prohibido reprobar indiscriminadamente a los alumnos.
Parece que lo que se busca es que los alumnos salgan lo más pronto posible para
que se incorporen al trabajo. En el certificado de primaria no dirá que debió
de haber reprobado dos años porque no sabe leer ni escribir de manera más o
menos aceptable.
¿Qué
se puede hacer? Algunos dicen que nada, que estamos condenados a obedecer a la
clase en el poder; es la clásica respuesta determinista. Por otro lado, quizás
no es el momento de una sociedad desescolarizada; las instituciones lejos de
debilitarse se perfeccionan cada vez más. Tal vez, por ahora, la opción sea la
que plantea Michael W. Apple: democratizar el sistema educativo. Lo que se
estudia en las aulas puede ser decidido no solamente por los intereses
económicos y políticos sino también por los intereses culturales y educativos.
Como señala Edgar Morin, las democracias son frágiles, viven de conflictos,
pero éstos las pueden sumergir. La democracia perfecta aún está por construirse
y venciarse. Es claro que las escuelas no son la panacea de todos los males,
ellas son parte de una estructura más compleja. Pero, al no estar completamente
determinadas, se presentan como una oportunidad inaplazable de vivencia de las formas
democráticas. También en nuestro país se viven las luchas a diversos niveles
por mejores condiciones de vida, hay que recuperar este espíritu de resistencia
para desarrollar programas alternativos de acción y educación.
Solamente
así se podrá plantear en términos de educación, en el sentido amplio del
término, lo que sucede en las instituciones, de otra manera, se seguirá,
formando, instruyendo, domesticando, moralizando, entrenando y demás, a los
estudiantes que aún creen que acudiendo a la escuela y cumpliendo podrán
acceder a una vida más digna de ser vivida. La tarea es ardua pero inaplazable.
Bibliografía
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