FILOSOFIA DE LA EDUCACION

Profr. Enrique Diaz Gomez

 

Oscura la historia y clara la pena: informe sobre la posmodernidad[1]

Félix Duque

 

La filosofía dela  educación desprende varios cuestionamientos acerca de nuestra práctica docente.

Este es un pilar quee surge la noción filosófica de la educación y que las generaríamos a través del análisis, reflexión, asimilación,  conciencia,  maduración  de  los  pensamientos  sobre  las  acciones  y  las  acciones  sobre  los  pensamientos.

 

La base de mi descripción en cuanto a la  filosofía  de  la  educación  se  enunciaría  en  una palabra: conciencia.

Empezando por tener en claro nuestra  función  en  otras  palabras  la  vocación  de  nuestra  profesión como preámbulo  primordial  de  las  acciones  precedentes;   esta  constante  reflexión de las propias acciones  nos  generará  una  visión  mas  amplia  de  entender  y  asimilar que los cambios no se  pueden  esperar  de  una  política,  de  una  normatividad,  de una solución al problema; mas  bien   tendríamos  que  encontrar  el  cambio,  la  transformación  y  por lo tanto la trascendencia  de  ideas  y  acciones  a  partir  de  nosotros  mismos  y  empezando  por  nosotros.

 

La  filosofía  podría  sustentarse  en  frases  populares  conocidas  por  todos:  el  alcance  de  nuestro  pensamientos  es  el  alcance   de  nuestra  realidad;  en  otras  palabras  la  forma  de  pensar  de  cada  uno   refleja  la  forma  de  vida  que  queremos  tener. 

 

Ahora bien, los procesos ideológicos en los que se encuentra sumergido el individuo no pueden dejar de lado ni el contexto ni la época, mucho menos las interacciones sociales, a partir de ello se determina la concepción de realidad que cada uno desarrolle. Por ejemplo, no es lo mismo, una propuesta ideológica del medievo con una de la modernidad o bien una que emerge como respuesta a la modernidad. El término “posmodernidad” designa fenómenos que, procedentes en principio del campo de la estética, han sido sometidos después a análisis sociológicos, tecnológicos, filosóficos y teológicos, hasta configurar un “estilo de vida” global y propio, en principio, de las llamadas “sociedades avanzadas”, pero que, al menos simbólicamente, se extiende de modo tendencialmente irresistible por el llamado “Tercer Mundo”, aunque desde luego los focos de irradiación son fundamentalmente dos: Francia y USA. Fredric Jameson y Terry Eagleton denuncian al posmodernismo como “lógica cultural del capitalismo tardío”.

 

Rasgos de la “modernidad” o “Edad Contemporánea” que comenzó con la Ilustración y la Revolución francesa:

1.    Emancipación del hombre de una “minoría de edad” de la que él mismo sería culpable.

2.    Separación irreversible de la coyunda “moderna” entre metafísica y religión cristiana con la consiguiente configuración de tres esferas valorativas: la ciencia, la ética y la estética.

3.    Defensa primero de una Historia Universal teleológicamente orientada –eurocentrismo–, luego disuelta en un historicismo que otorga generosamente el mismo nivel a “cosmovisiones” y “épocas”: todas ellas iguales a los ojos de Dios (Leopold von Ranke), lo cual implica una inconmensurabilidad entre “fragmentos” que anuncia ya la ruptura del universo histórico en un multiverso escéptico y tolerante (Odo Marquard).

4.    Tendencial cosmopolitismo, sobre la base de la deseable instauración del régimen constitucional y parlamentario de la democracia en el ámbito particular, según el modelo del Estado-Nación.

5.    Asentamiento en el plano económico del mercado libre capitalista.

6.    Consiguiente implantación de la lógica de la producción y el maquinismo, con la compenetración cada vez mayor entre ciencia y técnica.

7.    Un difuso –y aun confuso– humanismo, junto con una correspondiente desdivinización, lo cual no implicaría tanto un declarado ateísmo como una generalizada tolerancia hacia los distintos credos religiosos que desembocará por lo común en una “religiosidad” privada y sentimental.

 

Con la irrupción de los tres “filósofos de la sospecha”: Marx, Nietzsche y Freud, y sus críticas de la modernidad tardía, el hombre pareció despertar del “sueño dogmático” del Sujeto moderno (autónomo y responsable de sus propios actos) y encaminarse a un nuevo estoicismo.

a.    Marx: la determinación de la infraestructura económica sobre la superestructura ideológica.

b.    Nietzsche: la Voluntad de Poder, creadora de fuerzas diferenciales en favor de la Vida y a las que debía asentir el Ultrahombre.

c.    La freudiana colision del id (una libido ciega, manifiesta pulsionalmente en factores de condensación y desplazamiento) y de un normativo superego producto de una “racionalización”.

Althusser, Lacan, Foucault y Deleuze extraen las consecuencias de las doctrinas de los “filósofos de la sospecha” y romperán con la modernidad. Todos ellos son padres del posmodernismo, en su vertiente más radical y “posnihilista”, de genuino sabor francés.

 

Rasgos de la “condición posmoderna” o planetario estilo de vida:

1.    Culto a un presente absoluto en el que el pasado es coextensivo con un protéico e indefinido “espacio-de-tiempo” en el que el futuro no existe ya; la inmediata consecuencia política será la desconfianza hacia toda utopía y todo esfuerzo revolucionario, tildados de totalitarios; el descrédito de todo metarrelato es el signo absoluto de este caleidoscópico modo de ser (Lyotard).

2.    Obsesiva atención narcisista al cuerpo, su salud y sus placeres.

3.    Primacía de la lógica de la información y del intercambio de signos frente a la lógica de la producción.

4.    Estetización de todas las formas de vida y atención casi enfermiza a lo seductor y lo efímero.

5.    Conservadurismo a ultranza de todo lo existente, por nimio que sea, a través sobre todo de la industria del video, con la consiguiente difuminación de la “distancia histórica”, hasta llegar a ese aparente absurdo del tiempo real, lo cual implica la desaparición de la Historia en favor de la proliferación de historias.

6.    Extensión casi cancerígena de la promiscuidad entre formas de vida: una de las consecuencias más espectaculares de esto sería la conversión de obras o narraciones en centones de citas de citas; el autor se convierte en “mezclador”.

7.    Hiperobjetivismo, deformado a través de las técnicas de reproducción, con la consiguiente desaparición del “original” y ad limitem del autor, hasta el punto de que comenzará a extenderse al entero tejido social la idea de una construcción social de la realidad y, por ende, acabará por ponerse en tela de juicio la mismísima existencia de una “realidad” externa e independiente, ajena a los prejuicios y narraciones de los distintos grupos sociales, lo cual entraña al extremo una paradójica absolutización del relativismo cultural.

 

Jürgen Habermas reacciona contra el posmodernismo estetizante. Por su parte, Fredric Jameson acusa al posmodernismo de servir como gigantesco mecanismo de compensación para que las grandes masas urbanas logren vivir ficticiamente en el mundo capitalista avanzado. Otros críticos de la posmodernidad son Ihab Hassan y Lyotard. Solamente Gianni Vattimo parece seguir defendiendo la posmodernidad.

 

Julian Schnabel, David Salle y Charles Jencks corresponden a lo que hoy se entendería como posmodernismo, una esquiva “forma de vida”: la tendencia mundial (a nivel urbano) narcisista a equiparar la felicidad individual con la inmersión global en el universo mediático del consumo-espectáculo (en donde se consumen signos espectaculares y efímeros, no mercancías “materiales”). Este género difusamente omnipresente se desplegaría en tres grandes categorías:

1.    Domesticación y banalización de las “transvanguardias” (con la subsiguiente explosión del llamado art of identity: discursos de “género”, homosexuales, étnicos y, en general, de minorías oprimidas, todo lo cual merecería un informe separado).

2.    Fetichización del eclecticismo.

3.    Estética de la mercancía, o a la inversa y más exactamente: mercantilización de lo estético, con la exaltación del diseño y su difusión telemática en detrimento del contenido.



[1] En: Javier Muguerza y Pedro Cerezo: La filosofía hoy, Crítica, Barcelona, 2004, pp. 213-227.

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